por Xiomara Torres Rivera

Foto por Ana Marazzi
Imaginar una casa puede ser un ejercicio bastante genérico. Paredes, cuartos, puertas, ventanas, baño, estufa, una nevera llena o vacía según la circunstancia o el momento del mes. La casa también es un closet lleno de ropa vieja y usada que nos resistimos a recoger. Ese espacio grande o pequeño en el que vemos pasar los días y —sobre todo— las noches. Habitamos ese pedazo de mundo con posesivos que aluden a la suerte de un lugar a donde volver. Sin embargo, la casa deja de ser simplemente un perímetro de tereques cuando entran y salen personas, cuando los espacios se traducen en memorias de conversaciones, llantos, risas, besos y hasta sexo. La memoria pesa y acompaña. La casa es un espacio seguro, o eso debería ser. No todas lo tienen, no todes pueden garantizarse la dignidad de un techo. José Lezama Lima decía que la casa es un estilo para combatir el tiempo y estoy de acuerdo. Combatimos el tiempo de lo injusto, la incertidumbre de quien espera, el coraje por lo que pasa todos los días.
Últimamente, en Puerto Rico, la casa cobra otras cargas semánticas. Con un desplazamiento salvaje que nos asfixia y mantiene en incertidumbre constante, la casa en Puerto Rico también se convierte en resistencia. El Estado le regatea nuestras tierras a extranjeros que vienen a evadir impuestos y aumentar sus riquezas. Puerto Rico is open for business grita un slogan en el Expreso Las Américas. Entonces, la casa necesita fortalecerse y rearticularse. Hay casas y también hay hogares. Estos últimos se construyen con más gente, reconociéndonos inciertas, tristes, cansadas pero juntas.
El hogar es lo que surge más allá del perímetro de tereques que es la casa. Ese momento en que nos podemos ver en otra que nos acompaña. Desde la casa se combate el tiempo y también la desesperanza. El hogar se construye a partir del espacio material, de un punto en el mapa a dónde llegar. No siempre es un espacio, a veces son los brazos de alguien más. En la Colectiva he aprendido muchas cosas, más de las que puedo nombrar ahora mismo. Mientras escribo esto pienso en todas las formas en que la Cole es un hogar político, una casa en resistencia. Pienso en las palabras de Lezama y nos veo combatiendo el tiempo y también recuperándolo. Combatimos los embates de un estado racial y machista que nos intenta desarticular cada vez que puede. Atentan contra nuestras políticas porque saben que tenemos razón. El estado intenta desaparecer esta casa que nos cobija pero que sobre todo nos da esperanza. No les funciona que haya gente conspirando para construir otro mundo con las migajas que nos dejan. Pero nosotras nos sabemos acompañadas. Recuperamos el tiempo intencionando momentos para juntarnos que van desde la disciplina política hasta la recuperación de la alegría y el goce. Lo recuperamos cuando la casa también se convierte en hogar. El estado sabe lo que hace y también sabe que no claudicaremos.
Hacerse de un hogar se vuelve inminente en estos días. El tiempo que nos ha tocado vivir requiere que construyamos poder mirando a cada lado para reconocer que no estamos solas. Lezama decía que la casa es un estilo de combatir el tiempo y yo digo que no hay manera de combatirlo y recuperarlo si no nos juntamos. Ya Zoán T. Dávila Roldán lo había dicho. No hay manera de ir contra las políticas austeras, neoliberales y de muerte si no articulamos un discurso colectivo. Una manera de ver y vivir que nos dé confianza para seguir empujando, como diría mi compañera Mayra Díaz Torres, la vida que no hemos visto pero que imaginamos. Combatimos el tiempo en la casa y recuperamos la vida que nos merecemos enfrentando en primera línea al estado, agarrándonos los molleritos, atando lazos apretados para que cuando intenten rompernos, podamos resistir y sostenernos. Así construimos hogar. Esa es la apuesta, no queda otra.
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