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El auge del fascismo

Por Melody Fonseca Santos


El regreso de Donald J. Trump a la presidencia de Estados Unidos ha profundizado la captura del poder político y económico por una extrema derecha que no esconde ni disimula sus aspiraciones y prácticas fascistas. La crisis del sistema de producción capitalista, la desafección política ante las contradicciones del estado liberal y la falta de alternativas de izquierda que convoquen y radicalicen a los sectores populares, han resultado en la normalización del autoritarismo político. 


Esta crisis no es exclusiva de la experiencia estadounidense. Argentina, India, Italia, El Salvador, están gobernados por líderes de la extrema derecha. Asimismo, los partidos de extrema derecha ocupan escaños en los parlamentos de distintos gobiernos europeos donde inciden de diversas maneras: desde hacer coaliciones con la derecha tradicional, hasta impulsar legislación a cambio de apoyo a otros sectores. 

Con algunas diferencias, las similitudes entre estos gobiernos y políticos de derecha apuntan al desmantelamiento del estado social, la reducción de impuestos a los billonarios, el antifeminismo de estado, la expulsión de personas migrantes, la criminalización de los sectores vulnerables (personas migrantes, negras y miembrxs de la comunidad LGBTTIQ+), la negación del cambio climático, la continuidad o profundización del extractivismo, la reversión de la energía renovable en beneficio de la energía fósil, entre otros. La centralidad que tienen para estos gobiernos la deshumanización, la remoción de la ciudadanía para determinados sujetos, la expansión territorial, la destrucción y mercantilización de la naturaleza, el despojo y desplazamiento como base de la acumulación originaria necesaria para el capitalismo tecnológico, permite comprenderlos actuando en sintonía, conformando así un sentido común fascista. 


¿Qué es el fascismo? ¿Cómo está operando el fascismo en los gobiernos de extrema derecha en todo el mundo?


El fascismo es un movimiento de carácter totalitario que emprende determinadas prácticas con el objetivo de conformar un régimen fascista centrado en el antiliberalismo, el ultranacionalismo biologicista, las ideologías de extrema derecha y el capitalismo. El fascismo es antiliberal, en tanto que atenta contra las libertades individuales y colectivas, incidiendo no solo en la esfera pública, sino también en la esfera privada. Es ultranacionalista biologicista, ya que parte del racismo científico y de los imaginarios de la desigualdad entre las razas humanas con el propósito de aniquilar la diversidad racial, étnica y cultural. En este sentido, su énfasis biologicista impone los imaginarios cisheteronormativos como las formas únicas de reproducción de la vida, limitando la sexualidad a una la lógica puramente reproductiva. Por último, el fascismo es, ante todo, profundamente capitalista en tanto que imagina al estado como una corporación guiada por la clase empresarial y sus lógicas de acumulación de riqueza basadas en la explotación del territorio y de la vida. 


El fascismo, por tanto, opera a través del despojo constante de subjetividades de la categoría de lo humano a través de las modificaciones legales, del acaparamiento de recursos y fuerza laboral para sostener los intereses de la clase capitalista, y del uso del estado con el propósito de reprimir la disidencia política. 


Sin embargo, el fascismo siempre ha encontrado resistencia más allá de los grandes ejércitos opuestos a este. La resistencia al fascismo está en la calle, en donde organizaciones políticas y movimientos sociales construyen las bases de una resistencia antifascista. Desde que los partisanos italianos durante la Segunda Guerra Mundial combatieron el fascismo y ajusticiaron al dictador Benito Mussolini en la Plaza de Loretto en Milán, han sido cientos los movimientos de resistencia que han proliferado en todo el mundo apuntando a combatir los legados del fascismo y sus materializaciones económicas, ideológicas y políticas. Tanto los grupos guerrilleros que enfrentaron a las sangrientas dictaduras en América Latina, como Antifa en Estados Unidos, o la resistencia palestina, son ejemplos de lucha en contra de todo lo que demuestra que el fascismo no ha dejado de existir. Es por esto que debemos tener claro que, en el contexto actual, toda lucha articulada que confronte el acaparamiento, despojo y aniquilamiento de la vida humana y no humana es una lucha antifascista. Toda lucha que apueste por la emancipación colectiva, por la vida digna y por el fin de los sistemas de opresión capitalista, racial y patriarcal, es una lucha antifascista. Tengamos claro que, en esa lucha, se nos va la vida.



 
 
 

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