Por Shariana Ferrer-Núñez y K. Rebecca Rosa Encarnación
La Universidad de Puerto Rico es un reflejo de lo que acontece en el espacio de lo público. La falta de autonomía universitaria ha hecho que las voces de quienes habitamos la universidad no tengamos poder decisional sobre lo que ocurre en el espacio, de la misma manera en que quienes vivimos en este país somos privadas de gobernanza, desplazadas por la relación colonial que nos impuso la Junta de Control
Fiscal y nos arrebata, precisamente, control sobre aquello de nos afecta.
Se hace cada vez más visible el paralelo. Aumentan los costos de estudio, como aumenta el costo de vida; disminuye la oferta académica, como disminuyen los servicios públicos; cierran departamentos y facultades, como nos cierran escuelas; subcontratan a profesores, de la misma manera en que ponen a empleados públicos a hacer el trabajo de tres; congelan las plazas de docentes y no docentes, como congelan los convenios colectivos.
En el 2018, a meses del paso del huracán María y en medio de un racionamiento de agua, desalojaron a sobre 375 estudiantes de la residencia de Torre Norte en Río Piedras. En el 2020, iniciando de una pandemia global, la administración universitaria cerró ResiCampus dejando en la calle a otros 350 estudiantes en Río Piedras. Por un lado, la administración insiste en decir que el desalojo forzado de estudiantes es a causa de las condiciones de la infraestructura de estas viviendas. Sin embargo, sabemos que el deterioro de esta es el resultado del abandono y falta de mantenimiento mediante los recortes presupuestarios que ha sufrido el primer centro docente del país.
De la misma manera en que quieren hacer un Puerto Rico sin puertorriqueños, quieren hacer una Universidad sin estudiantes pobres, de comunidades pobres y de escuelas públicas. Se encamina una Universidad no para quienes estudiar, sino para quienes la puedan pagar.
Pese a denunciar las políticas de austeridad que ha sufrido la UPR, resulta importante señalar que la Universidad ha dejado afuera a un pueblo que sobrevive al margen del estado porque nunca ha sido considerada parte de. Para combatir este mal, es imperativo cambiar la consigna de “sin la U, no hay PR” y sustituirla por “sin comunidad, no hay universidad”. Solo así, el reflejo del espacio universitario será el de la comunidad que la abraza, que la piensa, que la sueña y, sobre todo, que sea de la comunidad que lucha por ella.
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